Ser cool no es cool
Queridos,
Hoy ha sido un día donde las corrientes de pensamiento, después de un fin de semana lleno de eventos sociales, se mezclan con la energía de los olvidados. Un fin de semana que da voz y memoria a nuestros muertos, donde los celebramos dentro de una atmósfera cargada de misticismo, deseo, euforia, fantasía, fervor y celebración desbordada. Todo eso se entrelaza con las interacciones mundanas que vestimos cada uno de nosotros en el plano de los vivos.
Me cayó una ficha muy poderosa: nuestro planeta es transparente.
Por eso a veces actuamos desde pretendidas versiones de nosotros mismos. No porque no sepamos quiénes somos, sino porque confundimos pertenecer con ser.
Nuestras emociones, nuestras actitudes, la realidad misma… todo está expuesto. La búsqueda constante de claridad frente a lo que vivimos es un espejo que nos devuelve algo incómodo: somos nosotros quienes nos colocamos un velo de ceguera.
Una especie de lente especial para cada temática: para aliviar, para potenciar, para alterar o para distorsionar nuestra percepción. Buscamos claridad, pero al mismo tiempo la evitamos; creamos filtros para no sentir tanto, para no ver demasiado.
En una de las fiestas, una querida amiga —figura pública por profesión— transita entre diversos grupos sociales. Es un imán, un conector. Ella reunió a todos esos grupos y algo muy evidente sucedió: la mayoría no tenía nada en común, y no hubo manera de hacerlo cohesivo; más bien fue incómodo. Al menos así lo percibimos algunos.
Y el hecho que quiero deconstruir es que muchos no vivimos desde nuestra autenticidad. Usamos máscaras diversas para sobrevivir, para obtener esa dosis de aceptación, ese deseo incansable de pertenecer, de ser vistos, amados, celebrados. Buscamos llenar esa carencia esencial, porque si no lo hacemos sentimos que nuestro valor propio queda en juego.
Esa es la gran mentira sobre la que se sostiene el mundo moderno: industrias, relaciones con otros y con nosotros mismos nos hacen prisioneros eternos de la validación externa. El consumo y las conexiones se vuelven dosis de dopamina que sacian, pero solo a corto plazo. Las interacciones en este evento eran como una obra de teatro: actores con roles distintos, con máscaras que ocultaban sus falencias y sus miedos. Sus egos navegaban con sutiles velos para hacerse valer, para protegerse del temido sentimiento de no ser aceptados o considerados válidos.
Me pregunto: ¿qué pasaría si aceptáramos que no tenemos que gustarle a todos? ¿Que no tenemos que pertenecer? ¿Que la aceptación del sí mismo es un acto radical que nace en nosotros —y solo en nosotros— y el resto puede hacer lo que quiera?
¿Qué pasaría si el verdadero acto revolucionario fuese estar en paz con no tener nada que demostrar, y que si nadie está en sintonía, estar contigo mismo es suficiente? Eso es lo que realmente llena el vaso.
Y de eso se trató mi primera práctica con el grupo Alma en Movimiento, mi primer encuentro de arteterapia. Todas estas herramientas y modalidades de expresión artística son un vehículo, un puente hacia ese placentero sentimiento de estar bien con quien eres, de sentirte seguro con lo que proyectas y con lo que liberas. Es un espacio donde está permitido, celebrado y admirado. Mientras más espacio creas para crear, menos miedos, menos inseguridades, menos dudas; y más capacidad de gozar, jugar y sentirte pleno.

La clase tuvo un flow muy particular.
Comenzamos liberando el cuerpo con saltos, vibraciones y temblores, soltando memorias, estrés y emocionalidad estancada en nuestras capas más sutiles. Le damos calor al cuerpo vibratorio y, cuando éste entiende que es un baúl lleno de experiencias —muchas veces ajenas a nuestra idiosincrasia— empezamos a habitarlo con soberanía, fluidez y deseo.
El foco de esta primera parte fue activar el chakra raíz, Mulādhāra, que significa fundamento raíz. Su elemento es la tierra y su verbo es yo tengo. Rige pies, piernas, huesos e intestino grueso: todo lo que nos sostiene en la materia. Al activarlo con temblores, rebotes y contacto con el suelo es recordarle al cuerpo que tiene derecho a existir, a ocupar espacio, a estar aquí.
Así comenzamos a ascender hacia nuestro segundo punto energético: Svadhisthana, el chakra sacro. Su elemento es el agua y su verbo es yo siento. Rige vientre, pelvis, genitales, riñones, vejiga y sistema circulatorio: nuestras aguas, donde vive el deseo, el placer y la creatividad. Aquí la práctica se enfocó en la pelvis y cadera con movimientos abiertos y cerrados que estiraban y ajustaban nuestro centro. Es donde aparece la dualidad, la creación, la polaridad del yin y el yang, lo femenino y lo masculino: se contienen, se necesitan. Liberamos no sólo memorias propias, sino también las heredadas.
El cuerpo se vuelve una herramienta de autoconocimiento, una brújula que nos guía hacia lo más profundo de nuestro ser. Nuestros puntos energéticos se liberan y entran en un ciclo de renovación y activación, dando espacio a la desinhibición, al goce y al estado de presencia.
Cuando el cuerpo confía y el deseo despierta, aparece una tercera fase: yo creo.
En esta etapa trabajamos con teatro físico. Usamos nuestra mano como la máscara que usamos en lo cotidiano: exageramos la expresividad de removerla, amarla, odiarla, querer quitárnosla y no poder… hasta enterrarla. Sobreactuamos hasta ver lo ridícula e importante que era. Y cuando perdió poder, apareció lo único real: la autenticidad, la libertad de ser uno sin nada que esconder, sin nada que pretender. Para unas fue difícil; para otras, liberador.
Después de esta apertura, el grupo entró en un viaje sonoro y de movimiento. Exploramos la sensualidad como un acto de soberanía: permitirnos el placer de existir en nuestro cuerpo.
Nos abrimos al tacto. Al movimiento sexual. Al movimiento infantil, lo primario, lo ancestral. También a lo ridículo, lo absurdo, lo incómodo. Todo eso que nos construye. Fuimos entrando cada vez más en el cuerpo. El ritmo nos fue energizando. Y de pronto lo sentimos: habitar el cuerpo es delicioso. Hay una energía condensada ahí, disponible, el cuerpo es una herramienta de liberación.
El grupo fue de mujeres, y algo muy mágico —de lo cual me siento inmensamente honrada— es que todas pudieron liberar y alcanzar un estado de placer y expansión. Fluimos. La vitalidad del cuerpo se hizo evidente. El espíritu se elevó y la mente dejó de pensar para simplemente ser.

Creo que es de inmensa importancia cuestionarnos cómo estamos participando realmente en nuestro día a día. Qué tan honestos somos con nosotros mismos. Buscar puntos de fuga, porque realmente vivimos muy condicionados.
El movimiento y el lenguaje del cuerpo son grandes aliados.
Espero seguir trayendo un poco más de estas prácticas, para apoyarnos mutuamente a vivir con transparencia y comunidad. Un espacio donde las diferencias no separen, donde el falso sentido de distancia se disuelva.
Cuando aprendes a verte con compasión puedes ver al otro, descubres que no es distinto a ti; que compartimos lo mismo.
Te invito a suavizar tu mirada A acariciarte con ternura. A sentir más tu cuerpo.
Siempre con inmenso amor, me despido.