Miradas nómadas, tierras fértiles

Hola amigos,
Queriendo compartir un poco como práctico y aprendo a abrir la mirada en múltiples direcciones, sin prisas ni juicios.
En los lugares que transito, descubro hermosas enseñanzas: cómo viven los otros, qué los sostiene, qué los mueve, qué anhelan y qué temores guardan. Cada cultura me refleja algo distinto, y cada rostro despierta nuevas preguntas.
Me encuentro en un andar nómada, en búsqueda de casa, un refugio donde la locura de este mundo no me roce con tanto azote.
Sin embargo, en mi recorrido, la expansión, la transformación y la elasticidad de mi identidad han ido forjando nuevas dinámicas. Ya me he acostumbrado a soltar la necesidad de ser un ser sólido, definido por una sola visión, un solo valor, una única forma de pensar.
A través del andar, mi mirada se ha vuelto más blanda, mis raíces son transportables, y mi hogar... habita en mí.

Nuestra búsqueda eterna de seguridad es, a veces, un ejercicio ilusorio. La vida puede, de un día a otro, cambiar la dirección, soplar otro viento, darte tres sacudidas... y obligarte a comenzar de nuevo. No se trata de abandonarse a una deriva incierta, sino de construir dentro de nosotros un hogar que podamos llevar a cualquier parte.
A veces ese hogar no es un único lugar, sino un archipiélago, separado por mares, se concibe como una sola unidad. La familia, los amigos, la pareja, nuestros animales de compañía, nuestro arte, nuestra pasión, nuestro servicio. Todo eso que amamos es parte de una misma morada.

Desde 2011 soy emigrante.
He tenido que levantarme una y otra vez.
No siempre en condiciones precarias, pero tampoco con grandes ventajas.
Sin embargo, con esfuerzo, el andar se ha vuelto más leve.
Y también la suerte —esa que se cultiva— me ha ido acompañando.
Y si algo he aprendido, es que el apoyo emocional del otro es un puente hacia el éxito, hacia la vida misma. A veces son palabras, otras veces es presencia.
Es ese acompañamiento que, incluso en medio de la bifurcación o de la separación, te permite continuar.
Hoy siento que el verdadero sentido de la vida está en sembrar semillas, y aceptar que muchas veces esas semillas florecen en tierras que ni siquiera podemos imaginar: en otros corazones, en otras mentes.
Todo es una construcción, y por su propia naturaleza, tiene un comienzo y un final.
Nuestro trabajo es prever —con amor y cuidado— que ese final no se convierta en un colapso. Prepararnos para que el cambio no nos destruya, sino que nos abra, nos ablande, nos revele.
Hoy te escribo porque ejercito la observación, esa que me direcciona hacia mi centro, hacia mi paz, hacia mi intimidad.
Esa es la semilla más potente que, en esta tierra fértil que cultivo con amor, me da los mejores frutos: saborearme internamente.
Es mi hogar, mi refugio, que se va haciendo al andar.
Seamos nuestro propio hogar, y a la vez, seamos hogar para otros.
Te abrazo.