La voz de las imágenes, un álbum sensorial

Hoy me siento muy grata por poder construir estas 10 imágenes que se forman con palabras, son parte de un álbum que mi cabeza rebobina, son recuerdos y memorias inmutables.
Hablo de mis recuerdos a temprana edad, poco llega. Los retazos de ellos son memorias sensoriales, como una cámara analógica llena, con un límite de fotos impresas en mí. Estas llevan algunas imágenes cargadas de sensaciones y de una observación exuberante del mundo que vivía.

Imagen 1.
Fui una niña muy amada. Recuerdo cómo la música fue parte de mi infancia y cómo eso creó un gusto diverso por ella. Nuestros viajes clásicos eran: Caracas, Valencia, con parada fija en Tejerías y Maracay.
Las caricias de mi padre en mis pequeñas piernas, que atravesaban el asiento delantero. El viaje comenzaba con rock clásico de los 60 y 70: Janis Joplin, The Doors, Pink Floyd y un sinfín más del panteón de adoración de él. Luego, sin transición alguna, María Dolores Pradera entraba por la veredita con una flor en la solapa. Le seguían infinitas rancheras mexicanas de la revolución. Sin contar que un calipso, salsa brava, o incluso Mi burrito sabanero, podían escaparse en tan ecléctico repertorio.

Imagen 2.
Las horas más esperadas llegaban: Valencia, el gran parque de diversión donde mi hermosa familia materna residía. Llegaban todos los primos contemporáneos para activamente jugar, jugar y seguir jugando. Las horas eran infinitas, y cada segundo era glorioso.
Creo que de ahí comienza mi pasión por la fotografía y el diseño escenográfico. Rodábamos filmes, inventábamos guiones, producíamos vestuarios y arte escenográfico. Éramos tan creativos y felices. Yo dirigía todo lo que era el arte en escena. Embellecíamos con flores y sábanas de seda los vestuarios de cada personaje. Escogíamos los mejores trapos de los baúles sevillanos de casa Adelaida, la casa de mis abuelos. La sala del espejo de oro, con su alfombra persa, era el infinito escenario de todas las obras que producíamos. ¡Vaya entrenamiento para comenzar a pensar como productora y directora!

Imagen 3.
Así me traslado a una fase hermosa: mis siete años. Mi madre y yo —yo y ella— éramos inseparables. Jugábamos horas infinitas: desde ser amigas, desconocidas de la calle, cirujanas, exploradoras, ratoncitas, y, claro está, madre e hija, e hija y madre.
Desde esa época comencé a reconocer mejor las emociones exteriores de mis padres. Sentía su separación pasajera, una crisis económica y la muerte de mi abuela materna. Todos esos sentimientos y momentos navegaban como fantasmas permanentes en nuestra casa. Tuve que acostumbrarme a estar sola por largas temporadas mientras ambos tenían que trabajar.
Aprendí a cocinar y a estar sola, cuidando de todas esas entidades que circulaban. Y así llegó la hermosa y complicada adolescencia.

Imagen 4.
Mi cuerpo y mi mente cambiaban sin que yo quisiera crecer. No quería que nada de esos cambios pasaran en mí. Yo quería ser siempre niña, jugar y jugar. Mi transición a ser mujer fue traumática, y estuvo acompañada de un funeral: el de mi bisabuela Mamá Carmen, otro lado de mi sangre, que vivía otra realidad.
Aquí las cosas eran más humildes, más arraigadas a la naturaleza, más de hermandad... y también con un peso fuerte de muerte. Se vivenciaron en ese lado familiar tantas muertes desde corta edad, que para mí simbólicamente era una muerte más. Ya no era una niña, ahora tenía que ser una mujer, asumir la responsabilidad de cuidarme y soportar dolor y cambios hormonales. Ser… y no saber cómo ser.

Imagen 5.
Mis quince años, San Antonio de los Altos, una montaña rusa hormonal, un
Querer pertenecer, una sed enorme de ser aceptada, ser validada, y hacer una serie de tonterías que me enseñarían la más bella verdad: que ser auténtico y fiel a ti misma es el único camino. Pero fue un camino cruel, con personas que no me amaron. Me coloqué en situaciones peligrosas y angustiosas para igualmente pasar por el rechazo. Y luego, sin buscarlo, lo verdadero llegó: amigos que tengo hasta el día de hoy, que me hicieron entender que lo real existe.

Imagen 6.
Caracas, selva de cemento, guacamayas, guacharacas y chicharras. Esa ciudad que respira furia, violencia, pero también belleza y alegría. La Universidad Central de Venezuela, El Ávila, mis estadías en Los Palos Grandes con mi primo Miguel Ángel, las noches en El Maní bailando salsa brava con la crema de la crema caraqueña, mi amigo Alejandro, que hasta el día de hoy es compañero de aventuras y negocios. Pensar en esos tiempos me hace vibrar alto.

Imagen 7.
En otros viajes por el mundo los recuerdos viven con tanto amor, pero el viaje a Brasil en 2009 me mostró la alegría y la realidad social de Sudamérica: entre pobreza y fervor por conservar la alegría del alma.
Un carnaval en Olinda, un mar de gente y amor por la expresión, la música, el arte y la libertad sin límites.

Imágen 8.
Visitar Manaos y sentir el olor de animales amazónicos acechando cualquier movimiento imprudente. Mi padre saliendo valientemente de su carpa con una correa al ver que nos acechaba un felino salvaje en medio de la noche. Su caminar elegante y cauteloso nos paraba la respiración.

Imagen 9.
Volver a Venezuela y saber que no podía vivir más ahí. Que mis sueños, mi seguridad, no podían ser respaldados por la patria que me parió. Ahora un nuevo título me acompañaría: EMIGRANTE de alto calibre. Mi resiliencia y mis ganas de conquistar el mundo estaban ahí. Como dice mi padre: “Agarrada de las barbas del futuro”. Sentí las fuerzas de las tierras célticas que me acogieron como un segundo hogar. Irlanda era ahora el nuevo destino donde conquistaría nuevos sueños, donde aprendería que somos la mano de obra más valiosa no solo por nuestros talentos, sino por nuestro calor humano y nuestra resistencia a lo que se nos ponga enfrente.

Imagen 10.
Viajar el mundo sola, conocerme lejos de casa, formar un espacio seguro para mí. Batallar con interminables historias migratorias. Enamorarme y desilusionarme, amar y dejar ir, crear amistades y verlas ir, crear arte sin parar, levantándome una y otra vez, hasta al fin poder lograr sustentarme haciendo algo que me gusta. Ese dulce recuerdo de batallar y vivir sin remordimiento.

Gracias por acompañarme en este recorrido de recuerdos que me atraen alegría y un tanto de melancolía.