El alma que cabalga

Hay palabras que no alcanzan para describir lo que siento, cuando los sentidos te buscan en la sombra, cuando los ojos tratan de ver en la oscuridad, cuando el corazón desea... y no sabe cómo decirlo.
A veces, tan solo a veces, no hay palabras que esculpan ni diseñen lo que quiero expresar.
Hay líneas del tiempo que se vuelven paralelas. Es vivir, una y otra vez, los sueños atrasados o las premoniciones surgidas en lo alto de un sueño. Es sentirse vendada por el abrigo del venado, ese que camina sobre el césped de jazmines que me llevan a tu cuerpo, vida mía.
Hoy siento una inspiración suave, ligera, que me conecta con partes de mí que voy descubriendo lentamente. Avanzan en pasos celestes, delicados. Son como terciopelo que me acaricia el alma.
Es así como he decidido habitarme, en un suave pulso, una fusión orgánica de un crecimiento que no se detiene, pero que lleva su propio ritmo: tranquilo, armónico y amoroso.
Siento que, a veces, ese habitar es difícil, un tanto incomprensible… pero al observarlo sin apuro, me ayuda a trazarlo incluso cuando deja de definirse.
¿Cómo perseguir mis sueños sin tener que correr?
¿Cómo conocer mi cuerpo sin sufrir fluctuaciones extremas, sin vivencias tan intensas que me desbordan, sin depender de otras personas para sentirme viva?
Así voy atravesando este camino que, con pasos firmes, se va haciendo más visible, más sereno.

Siento que sigo siendo un misterio, una aventura sin fecha de expiración. Soy el juego más excitante que he jugado. Soy tantas cosas... que me asombra poder seguir siendo yo.
No me asusta visitar las sombras que fui dejando.
Esas esculturas antiguas, llenas de rigidez y expresiones oscuras, ahora se tiñen de colores cálidos y formas libres.
Hoy siento que cabalgo sobre el mar, bajo un horizonte profundo teñido de oro, plata y bronce. Sí, los tres —sin jerarquías— son los escalones que, con cada latido, voy ganando en este viaje sublime